Anacleto y Alegría Ligeria

Sería mas o menos como estas fechas, apenas unos pocos días antes del día de muertos y mientras el pueblo se vestía del color anaranjado de la flor de cempasúchil el frío empezaba a cubrir las copas de los árboles de una escarcha blanca. Ese día Anacleto se escabulló hasta la cocina de la familia Popocha, pero está vez no iba a ver a María Casta, ese día se vería a escondidas con Alegría Ligeria, quien desde el primer día le entrego su amor sin pedir nada a cambio. No hubo promesas, no hubo juramentos, no hubo discusiones, tan solo una pareja que parecía haberse deseado desde hace mucho tiempo.

-Pásale menso- le dijo Alegría Ligeria a Anacleto mientras se aseguraba de que no hubiera nadie cerca.

-Señorita Ligeria-

-Cállate y bésame que ya he esperado mucho tiempo-

Y, ahí mismo en la cocina, a un lado del pequeño comedor, con las velas encendidas, justo debajo del garabato, Anacleto y Ligeria hicieron el amor por primera vez...

Los siguientes diez días fueron más o menos iguales, a diario se entregaban uno al otro hasta terminar noquedos, luego hacían planes sobre el día en que finalmente se marcharian del pueblo en busca de su propio destino. Pero ese día Anacleto se quedó dormido. El canto del gallo lo despertó de un sobresalto, mientras Ligeria se vestía rápidamente.

Como pudo Anacleto se puso los calzones y salió a hurtadillas con su ropa en las manos, mientras desde el otro lado del jardín María Casta observaba la escena con resignación y una lágrima que parecía congelarse en su rostro...