Hola amigos y amantes de la naturaleza!

Les cuento que en horas de la mañana, mientras la neblina se disipaba entre arboles de pino que secundaban el pie de monte de la loma donde habito, cuando una mariposa de alas grandes y contrastes dramáticos se posó en una pared de piedras de rio cercana a mi casa. Y digo dramático, porque esos colores son los mismos bajo los cuales en la época de la independencia de Venezuela con motivo de la guerra, se enarbolo una bandera roja y negra. Su presencia era tan serena como imponente, aunque bastante inquieta: sus alas de un marrón oscuro casi chocolate, bordeadas por una franja blanca que parecía pintada con un pincel fino, sobre esta franja un rojo carmesí hermoso…

Vaya que sus colores formaban parte de un cortejo al tiempo en plena guerra, que la línea divisoria en sus alas, como un trazo de un trazo de nieve, conminaban a la paz interior, mientras que el negro azabache hacía pensar e indagar sobre la profundidad inexorable de la vida. Esta mariposa inquieta como dije, me permitió tomarle solo 3 fotos antes perderse en las alturas. Con ellas me dispuse a buscar en la web información que me ubicara y describiera que tipo de mariposa era y cuál era su nombre.

Esta mariposa pertenece a la familia Nymphalidae, una de las más diversas dentro del orden Lepidoptera (ver: https://es.wikipedia.org/wiki/Siproeta). Su nombre común, “paje oxidada”, alude al tono cobrizo que adorna la parte inferior de sus alas, visible solo cuando las cierra en reposo. En vuelo, sin embargo, despliega una elegancia que recuerda a los abanicos ceremoniales de épocas pasadas.

La Siproeta epaphus se distribuye desde México hasta Brasil, y acá en Venezuela se reconoce la subespecie Siproeta epaphus gadoui (Ver: https://es.wikipedia.org/wiki/Siproeta). Su presencia en Mérida no es casual: los bosques nublados, con su humedad constante y abundancia de plantas, ofrecen el entorno perfecto para su ciclo de vida.

Durante su fase larval, esta mariposa se alimenta de plantas de la familia Acanthaceae (ver: https://www.acguanacaste.ac.cr/paginas-de-especies/insectos/5107-i-siproeta-epaptus-i-nymphlidae). Las orugas están cubiertas de pequeñas espinas, que se mimetizan entre el verde de las plantas, se alimentan con una delicadeza voraz de las hojas jóvenes. Este comportamiento no solo les permite crecer con discreción, sino que también es el camuflaje perfecto para evitar a los depredadores naturales.

Lo fascinante de la Siproeta epaphus no es solo su belleza, en estado adulto, sus alas presentan un patrón que le permite confundirse con el entorno: cortezas de árboles, hojas secas o sombras proyectadas. Esta capacidad de mimetismo es una adaptación clave en los ecosistemas tropicales, donde la competencia y la depredación son constantes.
Observarla en los alrededores de mi casa es un privilegio, ya que en un mundo donde los hábitats naturales se ven cada vez más fragmentados, encontrar una especie como esta en libertad es un recordatorio de la resiliencia de la naturaleza. Las fotografías que tomé no solo capturan su forma, sino que también es un fragmento del tiempo, un instante de conexión entre lo humano y el entorno: un breve cruce de caminos entre dos mundos.
Desde el punto de vista entomológico, la Siproeta epaphus ha sido objeto de estudios en diversas regiones de América Latina. En Costa Rica, por ejemplo, el Área de Conservación Guanacaste ha documentado su ciclo de vida, desde la recolección de larvas hasta la emergencia del adulto (ver: https://www.acguanacaste.ac.cr/paginas-de-especies/insectos/5107-i-siproeta-epaptus-i-nymphlidae). Estos registros han permitido comprender mejor su biología, incluyendo la duración de sus estadios larvales, que son aproximadamente de 20 días, y su baja frecuencia de aparición, lo que la convierte en una especie poco común en ciertas zonas.

En cuanto a su comportamiento, es una mariposa de hábitos diurnos, se activa especialmente en las horas más cálidas del día. Se alimenta del néctar de flores silvestres y, ocasionalmente, de frutas en descomposición.

Verla en Mérida, es también una invitación a reflexionar sobre la biodiversidad que aún nos rodea. Cada mariposa es un indicador de salud ambiental, y su presencia sugiere que aún quedan rincones donde la vida silvestre puede prosperar. Y esto lo digo porque en mis estudios de maestria al hablar sobre la resiliencia hídrica, existen indicadores naturales que dan fe de la calidad del ambiente que nos rodea en función de los insectos que habitan en la zona.

Así que, la Siproeta epaphus no es solo una mariposa más: es un símbolo de belleza resiliente, de equilibrio ecológico, que muestra la magia que aún habita en los espacios verdes de nuestra cotidianidad. Que su vuelo siga inspirando a quienes, como yo, se detienen a mirar con asombro lo que otros podrían pasar por alto.

Espero les haya gustado este grato momento que comparto con ustedes…