Oliver

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(Edited)

Había una vez un gato llamado Oliver, un felino de pelaje suave y ojos curiosos. Vivía en un pequeño apartamento en el corazón de la ciudad. Su ventana, un portal al mundo exterior, se convertía en su refugio favorito.

Cada mañana, Oliver se sentaba en el sofá que da a la ventana, sus bigotes temblando con anticipación. El cristal frío bajo sus patas le conectaba con un mundo lleno de misterios y aventuras. Desde allí, observaba la vida que se desplegaba ante él.

En las mañanas soleadas, el gato veía a los pájaros revoloteando en los árboles cercanos. Sus ojos se estrechaban mientras seguía sus movimientos, soñando con atrapar uno de esos pequeños seres alados. Pero los pájaros siempre eran más rápidos y astutos.

En las tardes lluviosas, Oliver se acurrucaba en el sofá, observando las gotas de agua deslizándose por el cristal. El sonido de la lluvia le relajaba, y se imaginaba que estaba en una selva tropical, explorando bajo la densa vegetación.


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Una noche, durante una tormenta eléctrica, los relámpagos iluminaron el cielo. Oliver se asomó con asombro, sus ojos verdes brillando como las luces en el horizonte. Se preguntaba si los truenos eran rugidos de gigantes o el eco de dragones lejanos.

Pero su momento favorito era al atardecer. Cuando el sol se ponía, pintando el cielo de tonos cálidos, Oliver se sentía parte de algo más grande. Observaba las luces de la ciudad encendiéndose una a una, como estrellas en la tierra. Se preguntaba qué historias vivirían las personas detrás de esas ventanas iluminadas.

Un día, una paloma se posó en el alféizar de la ventana. Oliver la miró con curiosidad. La paloma lo observó también, sus ojos negros reflejando el mundo entero. Durante un breve instante, gato y ave compartieron un entendimiento silencioso. Luego, la paloma batió sus alas y se alejó.

Oliver siguió mirando por la ventana, su corazón lleno de preguntas y sueños. ¿Qué aventuras le esperaban más allá? ¿Qué secretos ocultaba la ciudad? Pero por ahora, se contentaba con ser el gato que miraba por la ventana, un espectador de la vida que pasaba frente a sus ojos.

Y así, día tras día, Oliver continuó su vigilia, esperando que la ventana le revelara más maravillas y sorpresas. Porque, como todo buen gato, sabía que la verdadera magia estaba en lo que no podía ver, pero sí imaginar.





Foto tomada con mi smartphone Samsung Galaxy S22 Ultra.

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