Las vías del tren

avatar

WhatsApp Image 2024-02-29 at 20.01.25.jpeg


Había una vez un pequeño pueblo llamado San Gabriel, rodeado de colinas verdes y campos de trigo. En el corazón de este lugar, corrían las vías del tren, como venas que conectaban a San Gabriel con el resto del mundo. Las vías eran testigos silenciosos de historias, sueños y despedidas.

Cada mañana, el tren llegaba desde la ciudad vecina, rugiendo como un gigante de hierro. Los niños se asomaban a las ventanas, emocionados por verlo pasar. Los ancianos recordaban tiempos más antiguos, cuando el tren era la única conexión con el mundo exterior.

Pero no todo era alegría en las vías del tren. Algunas noches, cuando la luna estaba alta en el cielo, se escuchaban lamentos. Decían que las almas de los que habían perdido la vida en accidentes ferroviarios aún vagaban por allí. Los más supersticiosos evitaban caminar cerca de las vías después del anochecer.

Un día, un joven llamado Martín encontró algo inusual mientras paseaba por las vías. Era una vieja maleta de cuero, desgastada por el tiempo. Al abrirla, descubrió cartas amarillentas, fotografías y un reloj antiguo. Las cartas hablaban de amores perdidos, de sueños rotos y de esperanzas que nunca se cumplieron.

Martín decidió investigar. Habló con los ancianos del pueblo y descubrió que la maleta pertenecía a un hombre llamado Eduardo, quien había sido maquinista en aquel tren hace muchos años. Eduardo había perdido a su amada en un trágico accidente en las mismas vías.

Martín se obsesionó con la historia de Eduardo. Pasaba horas en la biblioteca, buscando más detalles. Descubrió que Eduardo había dejado el pueblo poco después del accidente, llevándose consigo la maleta y su dolor. Nadie sabía qué había sido de él.

Decidió seguir las huellas de Eduardo. Viajó en el mismo tren que solía conducir, siguiendo las vías hasta la ciudad vecina. Allí, en un pequeño apartamento, encontró a un anciano solitario. Era Eduardo, con el mismo reloj antiguo en su muñeca.

Martín le mostró la maleta y las cartas. Eduardo lloró al verlas. “Perdí a mi amada en esas vías”, confesó. “Nunca pude superarlo”. Martín le contó cómo había encontrado la maleta y cómo había seguido su historia.

Eduardo sonrió. “Gracias, joven. Has traído paz a mi alma”. Martín se quedó con él durante unos días, escuchando sus historias y compartiendo las suyas propias. Juntos, caminaron por las vías del tren, recordando a los que se habían ido y celebrando la vida que aún les quedaba.

Desde entonces, las vías del tren de San Gabriel ya no eran solo un camino de hierro. Eran un puente entre el pasado y el presente, entre el amor y la pérdida. Y Martín aprendió que a veces, las historias más importantes no están en los libros, sino en los corazones de quienes las viven.

Así, las vías del tren continuaron su camino, llevando consigo secretos, sueños y esperanzas, como un hilo invisible que unía a todos los habitantes de San Gabriel. Y Eduardo, finalmente, encontró la paz que tanto anhelaba, gracias a un joven que había seguido las huellas del pasado hasta encontrarlo en el presente.

Y así, las vías del tren seguían su curso, como testigos eternos de la vida que fluía a su alrededor.

La foto me pertenece y fue tomada con un smartphone Samsung Galaxy S22 Ultra.

SeparadorSteemit10.png

20200113_094257.png



0
0
0.000
1 comments
avatar

Bonito relato. Hay una inocencia en su letras que se hilvanan tiernamente. Admiro la capacidad de escribir siempre desde la bondad.

0
0
0.000