La tradición de los dragones chinos

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Dicen que en el barrio chino de Buenos Aires hay un secreto que pocos conocen, pero que todos los que han vivido cerca juran que es verdad. Ahí, justo en la calle principal, dos dragones chinos de mármol negro vigilan la entrada, imponentes, como si guardaran los misterios de una tradición ancestral. Entre sus garras, una bola perfectamente pulida, oscura como la noche sin luna.


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Los que saben, saben. Y los que no, algún día lo descubrirán. Porque, si pasás por ahí y tocás la bola con la palma de la mano mientras cerrás los ojos, algo cambia. No es brujería, ni suerte, ni magia—es algo más sutil, pero poderoso. Los vecinos dicen que al hacerlo, la ciudad te reconoce. Es como una especie de pacto silencioso: vos le dejás tu energía, y ella te devuelve un poquito de su esencia porteña.

Martín, un pibe de Villa Urquiza que recién se mudaba, se enteró del ritual por un viejo comerciante de la zona. “Vos tocala, pibe. Pero tocala con ganas, no con miedo. Así, la ciudad te deja entrar de verdad.” Y Martín lo hizo. Apoyó la mano, cerró los ojos y sintió un leve cosquilleo en los dedos. No supo decir si era el frío del mármol o la vibración de los murmullos de Buenos Aires dándole la bienvenida.

Desde ese día, todo cambió. El colectivo dejó de pasarse de largo cuando lo esperaba, encontró una pizzería que servía la fugazzeta exacta que le gustaba, y hasta el chino del mercado empezó a saludarlo con un “¿Qué hacés, capo?” como si lo conociera de toda la vida.

No es un rito oficial, no está en ninguna guía turística, pero los que lo han probado saben que funciona. Y así, los dragones siguen ahí, eternos, observando el ir y venir de los que se animan a dejar su huella en la bola de mármol. Buenos Aires tiene sus códigos, y este, sin dudas, es uno de ellos.





Foto(s) tomada(s) con mi smartphone Samsung Galaxy S22 Ultra.

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