El cacao de la Panamericana en Mérida: entre historia, tradición y sabor / Panamerican cocoa in Merida: between history, tradition and flavor
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Hola amig@s!!
Amigos de esta comunidad, hoy les vengo a contar una extraordinaria historia sobre una de mis visitas a las comunidades que habitan desde la carretera nacional de la panamericana hasta el pie de monte de la cordillera andina, donde la vida transita entre la producción agrícola y la ganadera.
Esta fue una experiencia por demás encantadora, ya que en particular soy un amante del chocolate, un sabor exquisito que nutre nuestros pueblos desde tiempos pasados, donde el cacao era el motor económico antes que sugiera el petróleo.
Así que me detuve a pensar sobre este fruto y en cómo darlo a conocer desde mi experiencia en el campo, tratando de que su olor y sabor quede como un bosquejo plasmado en estas líneas.
Un camino perfumado: la travesía del cacao
Atraviesas la Panamericana de Mérida en un día soleado, intenso e inconmensurable. El camino serpentea por un lado de las montañas andinas, cubiertas de la neblina matutina que bajan desde la cordillera andina, sobre todo desde el páramo de Las Iglesias y la parte de atrás de La Cara del Indio, mientras los primeros rayos de sol besan los cultivos atravesando los riscos y apartando las nubes. A medida que avanzas, el aire se impregna de un aroma particular: es cálido, terroso, con un toque dulce que hace cosquillas a los sentidos. No es café, ni caña de azúcar, es nuestro preciado cacao.
Aquí, en esta región privilegiada por los dioses, dos variedades dominan la escena: el exquisito cacao porcelana, de semillas pálidas y fama internacional, y el robusto cacao nativo, el alma de nuestra tierra venezolana. A simple vista, podrían parecer solo cultivos, pero en realidad, son piezas fundamentales de una larga historia que ha sido contada por generaciones, tejida entre mazorcas, cosechas y familias que han dedicado su vida a este fruto.
El cacao porcelana: la joya blanca de Mérida
Hablar de cacao porcelana es mencionar una de las variedades más codiciadas en el mundo chocolatero. Originario de Venezuela, este cacao es célebre por su color claro, su suavidad del fruto en la boca y de sabor delicado, donde se pueden distinguir notas de frutos secos, miel y una dulzura sutil que lo hace único.
Cultivar el cacao porcelana no es tarea fácil, se trata de una variedad que exige cuidado, menos resistente a enfermedades, aunque la ciencia siempre aporta en su búsqueda variedades que sean fuertes a estas enfermedades, y con un rendimiento más bajo en comparación con otros tipos de cacao. Sin embargo, su calidad lo compensa.
Los productores que se aventuran en su cosecha saben que tienen entre manos un verdadero tesoro, una materia prima que será transformada en chocolates finos de prestigio mundial, y que tiene sello venezolano.
Cada mazorca de cacao porcelana es tratada con cuidado desde el momento en que madura, su cosecha es minuciosa, la fermentación se lleva a cabo con precisión, y el secado es clave para conservar sus propiedades, allí nuestro padre Ches es quien seca cada pepa. En la Panamericana de Mérida, este cacao es sinónimo de dedicación, paciencia y excelencia.
El cacao nativo: la fuerza ancestral de la tierra
Si el cacao porcelana es el aristócrata del cacao, el cacao nativo es su contraparte es fuerte, con una personalidad bien definida y con un carácter profundo, esta variedad es el espíritu de la región. No necesita reconocimiento internacional para demostrar su valor: su sabor es auténtico, con notas más intensas, donde se pueden percibir toques de madera, especias y un fondo que recuerda al café.
Una descripción que me cautivo en una conversación con una de las campesinas de la zona, cuando estábamos sentados bajo un árbol de aguacate con una taza de café.
El cacao nativo ha sido cultivado por generaciones en la Panamericana. Los agricultores locales han aprendido a comprender sus ciclos, a trabajar con la tierra como si entre ellos dialogaran, y a preservar una herencia que va más allá de la comercialización. Para ellos, este cacao no es solo un cultivo, es parte de su identidad.
Al caminar entre las plantaciones, pude escuchar conversaciones sobre el clima, las cosechas pasadas y los retos actuales del cultivo, ya que los que acopian el preciado fruto, siempre pagan muy por debajo de lo que se aspira. Además es un mundo donde la tecnología se combina con la sabiduría ancestral, y donde cada mazorca tiene una historia que contar.
La vida entre los cultivos: esfuerzo y tradición
El cacao en la Panamericana no es solo un producto agrícola como lo mencione, es un modo de vida. Las familias que se dedican a su cultivo han pasado el conocimiento de generación en generación, perfeccionando las técnicas para obtener el mejor grano.
El día de su cosecha comienza temprano, con el sol apenas asomándose entre las montañas. Los productores recorren las plantaciones, observando cada planta con atención. Las mazorcas listas para la cosecha son seleccionadas y cortadas con precisión. Luego viene la fermentación, una etapa crucial donde los granos adquieren sus notas de sabor.
Pero el trabajo no termina ahí. Después del proceso de fermentación, se disponen los granos en extensos pisos para su secado, o se realiza en grandes bandejas que tiene un techo corredizo, donde el cacao es expuesto al padre sol. Aquí, el aroma se intensifica, y el color de los granos se vuelve más oscuro. Finalmente, el cacao está listo para ser procesado o vendido, manteniendo la calidad que distingue a la región.
El cacao como un tesoro de la Panamericana
Más allá de su valor comercial, el cacao en la Panamericana es un símbolo de esfuerzo y dedicación. Su cultivo no es sencillo, y los productores enfrentan desafíos constantes, hoy día desde el cambio climático hasta la competencia con grandes productores o centros de acopio. Sin embargo, el amor por la tierra y la pasión por este fruto mantienen viva la tradición.
Desde el cacao porcelana con su refinamiento hasta el cacao nativo con su intensidad, la Panamericana de Mérida es hogar de un patrimonio invaluable. Y como todo tesoro, merece ser protegido, reconocido y apreciado.
Cada vez que disfrutes de un chocolate fino “made in Venezuela”, piensa en los productores que han dedicado su vida al cacao. Piensa en las montañas de Mérida, en el aroma que envuelve los cultivos y en las historias que cada grano guarda en su interior.
Porque el cacao, más que un fruto, es un legado que perdura.
Hello friends!
Friends of this community, today I come to tell you an extraordinary story about one of my visits to the communities that live from the Panamerican Highway to the foothills of the Andean Cordillera, where life transits between agricultural and livestock production.
This was a very charming experience, since I am particularly a lover of chocolate, an exquisite flavor that nourishes our people since ancient times, where cocoa was the economic engine before oil suggested.
So I stopped to think about this fruit and how to make it known from my experience in the field, trying to get its smell and taste as a sketch captured in these lines.
A scented road: the journey of cocoa
You cross the Pan-American Highway in Merida on a sunny, intense and immeasurable day. The road winds along one side of the Andean mountains, covered with the morning mist that descends from the Andean mountain range, especially from the paramo of Las Iglesias and the back of La Cara del Indio, while the first rays of sun kiss the crops, crossing the cliffs and pushing the clouds aside. As you move forward, the air is imbued with a particular aroma: it is warm, earthy, with a sweet touch that tickles the senses. It's not coffee or sugar cane, it's our precious cocoa.
Here, in this region privileged by the gods, two varieties dominate the scene: the exquisite porcelain cocoa, with pale seeds and international fame, and the robust native cocoa, the soul of our Venezuelan land. At first glance, they might seem to be just crops, but in reality, they are fundamental pieces of a long history that has been told for generations, woven between cobs, harvests and families who have dedicated their lives to this fruit.
Porcelain cocoa: Merida's white jewel
To speak of porcelain cocoa is to mention one of the most coveted varieties in the chocolate world. Originally from Venezuela, this cocoa is famous for its light color, its softness in the mouth and delicate flavor, where you can distinguish notes of nuts, honey and a subtle sweetness that makes it unique.
Growing porcelain cocoa is not an easy task, it is a variety that requires care, less resistant to diseases, although science always contributes in its search for varieties that are strong to these diseases, and with a lower yield compared to other types of cocoa. However, its quality makes up for it.
The producers who venture into its harvest know that they have in their hands a real treasure, a raw material that will be transformed into fine chocolates of worldwide prestige, and that has a Venezuelan seal.
Each porcelain cocoa cob is treated with care from the moment it ripens, its harvest is meticulous, the fermentation is carried out with precision, and the drying is key to preserve its properties, there our father Ches is the one who dries each seed. In the Panamericana of Merida, this cocoa is synonymous with dedication, patience and excellence.
The native cocoa: the ancestral strength of the earth.
If the porcelain cocoa is the aristocrat of cocoa, the native cocoa is its counterpart is strong, with a well-defined personality and a deep character, this variety is the spirit of the region. It does not need international recognition to prove its value: its flavor is authentic, with more intense notes, where you can perceive hints of wood, spices and a background reminiscent of coffee.
A description that captivated me in a conversation with one of the local farmers, when we were sitting under an avocado tree with a cup of coffee.
Native cacao has been cultivated for generations in the Panamerican Highway. Local farmers have learned to understand its cycles, to work with the land as if they were in dialogue with each other, and to preserve a heritage that goes beyond commercialization. For them, this cocoa is not just a crop, it is part of their identity.
Walking among the plantations, I could hear conversations about the climate, past harvests and the current challenges of the crop, since those who collect the precious fruit, always pay well below what is aspired. It is also a world where technology is combined with ancestral wisdom, and where each cob has a story to tell.
Life among the crops: effort and tradition
Cocoa in the Panamerican is not only an agricultural product as I mentioned, it is a way of life. The families dedicated to its cultivation have passed their knowledge from generation to generation, perfecting the techniques to obtain the best beans.
Harvest day begins early, with the sun barely peeking through the mountains. The producers walk through the plantations, observing each plant with attention. The ears ready for harvest are selected and cut with precision. Then comes fermentation, a crucial stage where the beans acquire their flavor notes.
But the work does not end there. After the fermentation process, the beans are laid out on extensive floors for drying, or on large trays with a sliding roof, where the cocoa is exposed to the hot sun. Here, the aroma intensifies, and the color of the beans becomes darker. Finally, the cocoa is ready to be processed or sold, maintaining the quality that distinguishes the region.
Cocoa as a Pan-American treasure
Beyond its commercial value, cocoa in the Panamerican is a symbol of effort and dedication. Its cultivation is not easy, and producers face constant challenges, from climate change to competition with large producers or collection centers. However, the love for the land and the passion for this fruit keep the tradition alive.
From the porcelain cocoa with its refinement to the native cocoa with its intensity, Merida's Panamericana is home to a priceless heritage. And like any treasure, it deserves to be protected, recognized and appreciated.
Every time you enjoy a fine chocolate “made in Venezuela”, think of the producers who have dedicated their lives to cocoa. Think of the mountains of Merida, the aroma that envelops the crops and the stories that each bean keeps inside.
Because cocoa, more than a fruit, is a legacy that endures.
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