[ENG-SPN] Ucero: The River That Whispers Memories / Ucero: el río que susurra recuerdos

Walking along the banks of the Ucero River as it flows through a city as charismatically resilient as El Burgo de Osma is, without a doubt, is a privilege as poetically evocative as that mysterious call, which, seducing that wanderer of poetry who was, after all, Antonio Machado, led to the discovery of those other worlds, which, although they may vanish like soap bubbles, illuminate the path of lovers along the melancholic banks of the Duero as it passes through the quiet city of Soria.

If there the Duero, a taciturn old man who arrives slowly but surely to his appointment with that metaphorical residence for weary rivers, the waters of the Atlantic, traces a crossbow curve at the height of the hermitage of Saint Saturius, here it is the Ucero River that does the same, leaving behind, like a mirage of history, the old Caliphate fortress, within whose walls, irremediably chipped by the decay of time, dark ghosts dwell, which are no longer, but forgotten memories.

Its waters, silvered like the back of a salmon exposed to the caresses of the sun, its passage through the ancient walls recalls, in some way, that final farewell of the knight who, setting out one day with his doublet at his side and lance at the ready, leaves everything behind to undertake, with the ghost of uncertainty on his shoulders, the most important of all battles: the inevitable struggle for life.

Pasear por la ribera del río Ucero a su paso por una ciudad tan carismáticamente resiliente, como es, sin duda alguna, El Burgo de Osma, no deja de ser un privilegio tan poéticamente evocador como aquella misteriosa llamada, que, seduciendo a ese vagamundo de la Poesía, que fue, al fin y al cabo, Antonio Machado, hizo descubrir esos otros mundos, que, aunque se desvanezcan como pompas de jabón, ilumina el camino de los enamorados junto a la melancólica ribera del Duero a su paso por la tranquila ciudad de Soria.

Si allí el Duero, taciturno anciano que acude sin prisa, pero sin pausa a su cita con esa metafórica residencia para ríos cansados, que son las aguas del Atlántico, traza una curva de ballesta a la altura de la ermita de San Saturio, aquí es el río Ucero quien hace lo mismo, dejando atrás, como un espejismo de la Historia, la vieja fortaleza califal, entre cuyos muros, mellados irremediablemente por las caries del tiempo, habitan oscuros fantasmas, que no son ya, sino olvidados recuerdos.

Plateadas sus aguas, como el lomo de un salmón expuesto a las caricias del sol, su paso por las antiguas murallas, recuerda, de alguna manera, a esa postrera despedida del caballero, que, partiendo un día con su jubón al costado y la lanza en ristre, deja todo atrás, para acometer, con el fantasma de la incertidumbre a cuestas, la más importante de todas las batallas: la lucha inevitable por la vida.

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