[ENG-SPN] Background to Salvador Dalí's Magical Surrealism / Antecedentes del Surrealismo Mágico de Salvador Dalí
There is no doubt that his adolescence, as well as the people he met and, above all, certain places he visited, were, to a large extent, the ideal breeding ground that would provoke, at that metaphorical moment, when, according to Borges, the paths of yesterday, of the still, and of the yet, as occurs with the roads to Santiago de Compostela in Puente la Reina, converged inexorably in the tormented spirit of the artist from Cadaqués, leading him, with meridian precision, toward that no less metaphorical Compostela destiny, which, in his case, we can consider to have been the pilgrimage that led him to embrace Surrealism and, beyond, to embrace the credentials of genius. In this sense, and within the episodes that characterize and enrich Salvador Dalí's incredible personal life, compiled in minute detail by British historian Ian Gibson, some unforgettable scenes are captured, whose epic nature we could consider, from the perspective of the author of such subjective works as the one entitled "The Man Who Was Thursday," that is, G.K. Chesterton, the inescapable Genesis of the surrealist Dalí we knew in adulthood, the extravagance of whose work still continues to amaze us and, even going further, to baffle us. Regardless of these supernatural allusions to sudden doublings with his deceased brother, episodes that could indicate an early affinity for the supernatural, one might also suspect that, in his case, fate already seemed to have a predetermined script, written down in a roadmap capable of giving wings to an overflowing imagination, placing in his path characters like Professor Trayter, among whose delirious wonders, a Mephistopheles-like automaton deserves special attention—that melancholic devil of taciturn hours, as Baudelaire said when referring to the Devil—who would awaken the germ of his inner Faust from its slumber; that is, an insatiable curiosity that would not abandon him for the rest of his life and that, in fact, would lead him to explore the fertile worlds of an overflowing imagination, in which everything had a reason and a place, no matter how extravagant.
Determining, on the other hand, were those colorful summer vacations in Cadaqués—a place worthy of those seafaring atmospheres that fostered the origin of a prosaic literature that bequeathed to posterity the inimitable prose of Melville and Conrad—and above all, as happens with the pilgrim who leaves Compostela behind to reach one of the northernmost capes of Spain, Finisterre, the sight and the incomparable sensations produced by another of those natural features, reputed to be of unusual significance since ancient times: Cape Creus. Creus, with that poetic way in which water polishes pebbles, according to the vision of the Hindu poet Rabindranath Tagore, carving unimaginable, yet seductive designs, combined with the picturesque subjectivism of the sumptuous parties of the Pichots, wealthy friends of his father and neighbors also residing in Cadaqués, formed the marvelous symphony of archetypes that, like an indisputable personal mark, would never abandon the painter's prolific work. Pianos, scattering the varied chords of classical genius through the air like a dream, sheltered by the warm light of the summer moon, and boat rides escorted by pairs of swans—perhaps a silent homage to Lohengrin or the dramatic love affairs of Tristan and Isolde—coupled with the memory of those Creusian rocks endowed with mimetic existence, were, to a large extent, an important part of the cast of actors who, with greater or lesser intensity, formed an irreplaceable part in the universal theater of that comparative Burning of Painting, which, ultimately, was that genius the world knew as Salvador Dalí.
No cabe duda de que su adolescencia, así como las personas que conoció y sobre todo, ciertos lugares que visitó, fueron, en buena medida, el caldo de cultivo idóneo que habría de provocar, en ese metafórico momento, en el que, según Borges, los caminos del ayer, del aún y del todavía, como ocurre con los caminos de Santiago en Puente la Reina, convergieron, de manera inexorable, en el atormentado espíritu del artista de Cadaqués, para conducirle, con meridiana precisión, hacia ese no menos metafórico destino compostelano, que, en su caso, podemos considerar que fue el camino de peregrinación que le llevó a abrazar al Surrealismo y más allá, a abrazar las credenciales de la genialidad. En ese sentido y dentro de los episodios que caracterizan y enriquecen la increíble vida personal de Salvador Dalí, recopilados, con todo lujo de detalles, por el historiador británico, Ian Gibson, se recogen algunas escenas inolvidables, cuya épica, podríamos considerar, bajo la perspectiva del autor de obras tan subjetivas, como la que lleva por título ‘El hombre que fue jueves’, es decir, G.K. Chesterton, el Génesis ineludible del Dalí surrealista que conocimos en la edad adulta, la extravagancia de cuya obra, todavía continúa asombrándonos y aun yendo más allá, desconcertándonos. Independientemente de esas sobrenaturales alusiones a repentinos desdoblamientos con su hermano fallecido, episodios que podrían señalar una temprana afinidad hacia lo sobrenatural, pudiera sospecharse, además, que, en su caso, el destino ya parecía tener un guion predeterminado, consignado en una hoja de ruta capaz de dotar de alas a una desbordante imaginación, poniendo en su camino a personajes como el profesor Trayter, entre cuyas delirantes maravillas, merece especial atención un autómata de Mefistófeles -aquel diablo melancólico y de horas taciturnas, como afirmaba Baudelaire, cuando se refería al Diablo- que habría de despertar de su letargo al germen de su Fausto interior; es decir: de una insaciable curiosidad, que no le abandonaría durante el resto de su vida y que, de hecho, le llevaría a explorar los fértiles mundos de una desbordante imaginación, en la que todo tenía razón y sitio por extravagante que fuera.
Determinantes, por otra parte, fueron esos coloridos veraneos en Cadaqués -lugar digno de esos ambientes marineros que alentaron el origen de una prosaica literatura que legó a la posteridad las inimitables prosas de Melville y de Conrad- y sobre todo, como ocurre con el peregrino que deja atrás Compostela para alcanzar uno de los cabos más septentrionales de España, el de Finisterre, la visión y las inigualables sensaciones producidas por otro de esos accidentes naturales, con fama de inusual trascendencia desde la más remota Antigüedad: el cabo de Creus. Creus, con esa poética forma con la que el agua pule los guijarros, según la visión del poeta hindú Rabindranath Tagore, labrando inimaginables, aunque seductores diseños, unido al pintoresco subjetivismo de las suntuosas fiestas de los Pichot, amigos pudientes de su padre y vecinos residentes también en Cadaqués, fueron conformando la maravillosa sinfonía de arquetipos, que, como una Marca personal indiscutible, nunca abandonarían la prolífica obra del pintor. Pianos, esparciendo por el aire como en un sueño los acordes variados de as genialidades clásicas al amparo de la cálida luz de la luna de verano y paseos en barca con escolta de parejas de cisnes incluida -quizás, un silente homenaje a Lohengrin o a los dramáticos amoríos de Tristán e Isolda- unidos al recuerdo de esas rocas creusianas dotadas de mimética existencia, fueron, en gran medida, una parte importante del elenco de actores, que, con mayor o menor intensidad, formaron una parte insustituible en el teatro universal de aquel comparativo Burning de la Pintura, que, en el fondo, fue ese genio que el mundo conoció con el nombre de Salvador Dalí.
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