[ENG-SPN] A Numantine sunset / Un ocaso numantino

The day comes to an end. On the silent plateau adjacent to the sacred mountain of Valonsadero, the birds of prey return satisfied to the cliffs where they have nested since time immemorial. The deer goes down to water at the pond, while its little eyes look nervously from one side to the other. Higher up, where the mountain has become the undisputed fiefdom of the oak, the female wild boar inspects her cohort of chamois, indifferent to the attentive gaze of an owl, whose nyctalope eyes are just beginning to get used to the dying light of the sky. sunset, without the shock of the howl of wolves that many years ago were expelled from a territory where, after centuries, the brave bull continues to roam, owner and lord.

On one side of the main road, the residents of a small town surrender to the endearing ritual of rest and in their meditation, they finish dinner and gather around the warmth of the fireplace, where, in a few minutes, the details of the day they are old news, while the children, excited until then, take a seat next to their grandparents, listening with deep attention to the stories and legends, which, like a torrent from the ancient source of tradition, gushes from lips, perhaps older than they are. the courtship, but miraculously childish for the memory. Next to the backstage scene that the nearby pond has become, the stylized poplars bid farewell to a sun that seems to lull itself to sleep with the soft tinkling of the bells on its branches. Afterwards, only silence: the Numantine plain, rest in peace.

El día llega a su fin. Sobre la silenciosa meseta aledaña al sagrado monte de Valonsadero, las rapaces regresan satisfechas a los riscos donde anidan desde tiempos inmemoriales. El ciervo baja a abrevar a la charca, mientras sus ojillos otean nerviosos a uno y otro lado. Más arriba, donde el monte se ha convertido en el feudo indiscutible de la encina, la hembra de jabalí pasa revista a su cohorte de rebecos, indiferente a la atenta mira de una lechuza, cuyos nictálopes ojos apenas comienzan a acostumbrarse a la mortecina luz del ocaso, sin el sobresalto del aullido de unos lobos que hace muchos años fueron expulsados de un territorio donde, al cabo de los siglos, continúa campando, dueño y señor, el toro bravo.

A un lado de la carretera general, los vecinos de un pequeño pueblo se entregan al entrañable ritual del descanso y en su recogimiento, terminan de cenar y se reúnen al calor del fuego del hogar, donde, en breves minutos, los pormenores de la jornada son noticia pasada, mientras la chiquillería, alborotada hasta entonces, ocupan asiento al lado de los abuelos, escuchando con profunda atención los cuentos y leyendas, que, como un torrente de la antigua fuente de la tradición, brota de unos labios, quizás mayores para el cortejo, pero milagrosamente infantiles para el recuerdo. Junto al escenario de bambalinas en el que se ha convertido la cercana charca, los estilizados álamos despiden a un sol que parece adormecerse con el suave tintineo de las campanillas de sus ramas. Después, tan sólo silencio: el llano numantino, descansa en paz.

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