Mirar distinto: mi camino hacia la fotografía.

Autorretrato

Muchos años pasaron antes de que la fotografía entrara a mi vida. Y cuando lo hizo, lo cambió todo. Ocupó el tiempo que antes dedicaba a otras pasiones —hoy lejanas— y se convirtió en una presencia tiránica y hermosa que reordenó mi estilo de vida. Llegó justo en el momento en que más la necesitaba, como si hubiera estado esperándome.

Desde niño, aquellas pequeñas máquinas capaces de congelar el tiempo me fascinaban. Al pasar por tiendas comisionistas, alguna Zenit llamaba mi atención. Recuerdo con ternura la cámara-reliquia que mi abuela guardaba como un tesoro: con ella construyó buena parte de nuestra memoria familiar. Mi padre siguió esa tradición, dejando huella de nuestras vidas en fotos de vacaciones donde sólo se disponía de 36 tomas, porque ni los rollos ni la economía daban para más. En aquella etapa yo no era fotógrafo, era el modelo que posaba para inmortalizar momentos, cariños, cumpleaños y escenas tan repetidas como entrañables.

Sin embargo, en mi juventud, otra pasión se cruzó: la Computadora irrumpía en la sociedad cubana. Las madrugadas esperando una oportunidad para usar una, los teclados conectados al televisor, los códigos guardados en casetes... ¡Qué tiempos aquellos! Me enamoré de la ciencia ficción, de la libertad creativa que ofrecía la programación. Sin darme cuenta, me sumergí durante quince años en el mundo de la computación: autodidacta, profesor universitario, desarrollador. Vivía entre líneas de código y libros técnicos, atrapado sin notar el encierro. Lo disfrutaba.

Hasta que un día, sin fuerzas ni motivación, sentí que algo no andaba bien. Comencé a explorar otros caminos: trabajé en bancos, leí literatura clásica, recorrí mi país, hice senderismo... Pero nada me hizo vibrar tanto como el momento en que mi amigo Yoel puso una cámara en mis manos. Aquella Canon EOS T3i se convirtió en mi compañera de batallas.

En el campo, en acción Tenía 34 años y, aunque no sabía lo que me esperaba, sentía que algo grande estaba por comenzar. ¡Me sentía fotógrafo! Pero la alegría pronto se mezcló con humildad: no sabía nada. Términos como apertura, velocidad de obturación, ISO, profundidad de campo… todos me golpearon como una cachetada amable: el llamado a aprender.

¡Y aprendí! Volví a los libros, a la información que encontraba en Internet, y practiqué sin descanso. Me di cuenta de que esa “saciedad” nunca llegaría: siempre habría una nueva técnica, una herramienta por explorar, una historia por capturar. La Fotografía, como la Matemática o cualquier ciencia, es infinita. Es técnica, arte, ciencia, emoción.

Entonces, adopté como lema una frase de Romain Rolland: “…solo el que no hace nada no se equivoca. Pero el error que se abre paso hacia la verdad viva es más fecundo que la verdad muerta…” Así que me abalancé contra muros, me equivoqué sin miedo, y seguí caminando.

Hoy, sigo aprendiendo. No me siento del todo maduro —quizás nunca lo esté— y eso es lo que me permite seguir avanzando. He explorado la fotografía de paisaje, retrato, viajes, documental, social. He convertido la niebla en poesía, los rostros en documentos vivos. He narrado desde las montañas hasta la vorágine urbana de Santiago, Holguín, La Habana, Artemisa y Pinar del Río. Buscando sentido en la calma y en el caos. Y aunque a veces siento ganas de dejar la cámara por cinco minutos, no puedo. La llevo conmigo como parte de mi cuerpo, alerta a lo cotidiano, sabiendo que quizá esa escena simple de hoy será crucial dentro de veinte años.

Siluetas

En estas páginas compartiré mi trabajo, intentaré ordenar el caos de mis capturas y lo dejaré a sus ojos y opiniones. Me haría muy feliz recibir su retroalimentación. Hasta la próxima entrega.



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