Ayer, entre papeles importantes guardados en una maleta, me llevé una sorpresa que no esperaba: encontré las fotos de los 15 años de mi mamá. Fue como abrir una ventanita al pasado, una época que no viví, pero que de alguna forma siento mía. Al verlas, me quedé un rato largo imaginando cómo habrían sido esos días para ella, con la frescura de la juventud y ese aire natural que se respira en los retratos de antes.

Mi mamá celebró sus 15 en Gibara, ese mismo lugar donde nacieron tanto ella como mi papá. Y lo que me conmovió aún más fue ver que en una de las fotos aparecía él, muy joven también, acompañándola. Aunque no hace falta mucho esfuerzo para reconocerlo, porque yo soy una copia de mi padre (sí, la genética no deja dudas, jajaja) me encantó descubrir ese detalle que hace que las fotos tengan todavía más sentido.

Lo curioso es que en esas imágenes mi mamá ya llevaba dos años casada. A los 13 años se enamoró de mi papá, que tenía 21 en aquel entonces, y desde ahí han caminado juntos. Hoy, 39 años después, todavía siguen siendo compañeros de vida. En un mundo donde todo parece tan efímero, pensar en una historia así me sacude y me hace admirar aún más a mis padres.

Mi mamá se veía hermosa, no lo digo solo con el amor de hija, sino porque realmente en esas fotos brilla algo especial: la sencillez de esa época. No había poses forzadas, ni filtros, ni nada preparado en exceso. Eran fotos al aire libre, con la luz natural y los paisajes de Gibara como telón de fondo. Cada rincón, cada mirada, cada detalle respira autenticidad.

Al final, me quedé con la sensación de haber encontrado un pequeño tesoro. No solo eran fotos viejas, eran pedacitos de historia, de amor y de raíces. Y me recordaron algo simple pero profundo: lo verdadero nunca pasa de moda.

English Version

Yesterday, while going through some important papers in an old suitcase, I came across a surprise I didn’t expect: the photos from my mom’s 15th birthday. It felt like opening a little window to the past, a time I never lived but somehow feels like part of me. Looking at them, I spent a long while imagining what those days must have been like for her—youthful, fresh, and with that natural charm that old photos always seem to hold.

My mom celebrated her 15th in Gibara, the same place where both she and my dad were born. What touched me even more was seeing him in one of the pictures, looking so young, standing right there with her. Not that it’s hard to guess who he was—after all, I look exactly like my father (yes, genetics don’t lie, haha)—but noticing that detail made the photos feel even more special.

What’s curious is that in those pictures, my mom was already married. At just 13 years old, she had fallen in love with my dad, who was 21 at the time, and from then on they’ve walked side by side. Today, 39 years later, they’re still together. In a world where everything feels so fleeting, a love story like that makes me stop and admire my parents even more.

My mom looked beautiful, not just because I’m her daughter, but because there’s truly something unique in those pictures. That era’s simplicity shines through. No forced poses, no filters, nothing overdone. Just outdoor photos, with natural light and Gibara’s landscapes as the backdrop. Every corner, every glance, every detail feels authentic.

In the end, I was left with the feeling that I had found a little treasure. They weren’t just old pictures, but fragments of history, of love, and of roots. And they reminded me of something simple but deep: what’s true never goes out of style.

Source

-The cover was made on Canva.
-All the photos are edited by me on Snapseed.
-English is not my native language, I apologize if you find any mistakes in the translation.
-Translated with DeepL.com (free version)
-The banner was made by me on Canva.