Después de una jornada larga en el quirófano —como cada martes— salí del hospital sintiéndome como si me hubieran exprimido. El calor estaba insoportable, de esos que te roban hasta el último suspiro, y la sed... ni hablar. Solo quería sentarme, conversar un rato y tomarme algo bien, pero bien frío.

Así que sin pensarlo mucho, con una compañera de batallas decidimos cruzar la calle y llegarnos al Rápido, esa cafetería 24 horas que queda casi justo frente al hospital. A veces está apagada, a veces sin sistema... pero hoy, como un regalo del universo, ¡estaban aceptando transferencias! No lo pensamos dos veces: pedimos un par de cervezas Mayabe, que para mí siempre han sido un pequeño placer tropical.

Y qué delicia, por favor. Con ese calor pegajoso, la cerveza fría sabía a gloria bendita. Cada sorbo bajaba como una caricia helada, y no exagero si digo que casi se me salieron los ojos de gusto. Para acompañar, unas bolitas de queso bien doraditas por fuera y suaves por dentro, que parecían hechas justo para ese momento.

Entre risas, anécdotas del quirófano y esas conversaciones que solo fluyen cuando uno se siente a gusto, se nos fue la tarde sin darnos cuenta. Fue un rato simple, pero bonito. De esos que no necesitan planes ni lujos para quedarse en la memoria.

Porque a veces, después de tanto correr, lo único que se necesita es una cerveza fría, buena compañía y un rincón donde el día termine con una sonrisa.

English Version

After a long day in the operating room —like every Tuesday— I left the hospital feeling completely drained. The heat was unbearable, the kind that steals your last breath, and the thirst... let’s not even talk about it. All I wanted was to sit down, chat a bit, and drink something really cold.

So without thinking much, a fellow warrior and I crossed the street and headed to El Rápido, that 24-hour café almost right in front of the hospital. Sometimes it’s closed, sometimes the system is down… but today, like a gift from the universe, they were accepting transfers! We didn’t think twice: we ordered a couple of Mayabe beers, which for me have always been a little tropical treat.

And oh, what a delight. With that sticky heat, the cold beer tasted like pure heaven. Every sip went down like an icy caress, and I’m not exaggerating when I say my eyes almost popped out from how good it was. To go with it, we got some cheese balls —crispy on the outside, soft on the inside— that felt like they were made just for that moment.

Between laughter, OR stories, and those effortless conversations that flow when you're truly at ease, the afternoon slipped away without us noticing. It was a simple, lovely moment — the kind that doesn't need fancy plans or big budgets to stay in your memory.

Because sometimes, after running around all day, all you really need is a cold beer, good company, and a little corner where the day ends with a smile.

Source
All the photos are taken and edited by me on Snapseed.
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