Los viernes suelen ser días tranquilos en el hospital. No hay consultas, ni cirugías, y el tiempo parece estirarse entre bostezos y conversaciones pausadas. Esta mañana tenía un sueño tremendo, como casi todos últimamente, porque dormir bien se ha vuelto un lujo con tantos apagones. Así que decidí salir a caminar un rato, buscando un café que me devolviera un poco de energía y calma.

Casi sin pensarlo, mis pasos me llevaron por una calle cercana al hospital, y fue entonces cuando la vi. En una pequeña entrada, donde antes solo veía portones cerrados, estaba la Cafetería Boutique. Creí que ya no existía. Ocho años habían pasado desde la última vez que la vi abierta. Enseguida vinieron a mi mente tantos recuerdos… fue ahí donde descubrí que el café tenía muchas versiones: mi primer capuchino, aquel cortadito cremoso y el inolvidable “rocío de gallo con ron”, tan fuerte que me hizo llorar literalmente.

Entré con una mezcla de nostalgia y curiosidad. El lugar seguía pequeño, con ese aire improvisado de garaje convertido en cafetería. Pedí la carta, pero ya no era como antes: solo ofrecían expreso y cortadito. Me dio un poco de tristeza, como cuando ves a alguien después de muchos años y notas que la vida también lo ha cambiado.

Aun así, pedí un expreso. La taza era hermosa, diminuta y elegante, y el olor… ay, el olor. Ese aroma a café recién colado que te abraza el alma. Lo tomé despacio, saboreando cada sorbo, dejando que el sabor intenso me despertara los sentidos. Y aunque me quedé con ganas de probar algo más, salí satisfecha.

Porque a veces, pensé mientras volvía al hospital, no se trata de que todo siga igual. Se trata de reencontrarse con los lugares que marcaron un pedacito de tu historia, aunque el menú haya cambiado y el tiempo haya pasado. Al final, mientras el café siga siendo bueno, siempre habrá motivos para volver.

English Version

Fridays are usually calm days at the hospital. There are no consultations or surgeries, and time seems to stretch between yawns and quiet conversations. This morning I was terribly sleepy, like almost everyone lately, since sleeping well has become a luxury with all the power outages. So I decided to go for a short walk, looking for a cup of coffee to bring me a bit of energy and peace.

Almost without realizing it, my steps led me down a street near the hospital, and that’s when I saw it. In a small entrance, where I used to see closed gates, there was Cafetería Boutique. I thought it no longer existed. Eight years had passed since the last time I saw it open. So many memories came rushing back, it was there that I first discovered coffee had many versions: my first cappuccino, that creamy cortadito, and the unforgettable “rocío de gallo con ron,” so strong it actually made me cry.

I walked in, feeling both nostalgic and curious. The place was still small, with that improvised garage-turned-café charm. I asked for the menu, but it wasn’t like before: they only served espresso and cortadito. I felt a bit sad, like when you see someone after many years and realize life has changed them too.

Still, I ordered an espresso. The cup was beautiful, tiny and elegant, and the smell—oh, that smell. That aroma of freshly brewed coffee that warms your soul. I drank it slowly, savoring every sip, letting the intense flavor wake up my senses. And even though I was left wanting more, I left satisfied.

Because sometimes, I thought as I walked back to the hospital, it’s not about everything staying the same. It’s about reconnecting with the places that once held a piece of your story, even if the menu has changed and time has passed. In the end, as long as the coffee is good, there will always be reasons to return.

Source

The cover was made on Canva.

All the photos are taken and edited by me on Snapseed.

English is not my native language, I apologize if you find any mistakes in the translation.

Translated with DeepL.com (free version)

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