Este sábado no hubo fiesta, ni invitados, ni celebración marcada en el calendario… pero hubo vino. Y con eso me bastó.

Desde el fin de semana anterior quedaba media botellita guardada, esperándome. Y aunque muchos pensarían que el vino pierde su encanto si no se bebe de inmediato, yo opino todo lo contrario. Me gusta tomarlo despacito, sin prisa, como si cada sorbo tuviera que encontrar su momento. Hoy, después de una semana de trabajo agotadora, con mil cosas en la cabeza pero sin estar de guardia —gracias, universo—, sentí que la ocasión lo ameritaba.

Así que me serví una copita, me acomodé en mi rincón favorito, y me dispuse a brindar conmigo misma. No por nada grandioso, sino por todo lo vivido, por lo que aguanté, por no perder la paciencia cuando todo parecía un caos. Por mí.
Y como si la vida se pusiera en sintonía, tenía justo a mano unas galletitas de chile picante y limón, que no sé a quién se le ocurrió mezclar esos sabores, pero desde aquí quiero darle las gracias. Porque con el vino... ¡qué delicia! Esa mezcla entre lo suave y lo picante, entre el dulzor del vino y ese toquecito ácido, fue simplemente perfecta.

Dicen que el vino —con moderación, claro— tiene beneficios para el corazón, mejora la circulación y hasta ayuda a relajarse. Y sí, puedo dar fe de lo último. Hoy, esa copita me supo a descanso, a pausa merecida, a pequeña recompensa después de una semana intensa.

No necesité más. Ni música, ni compañía, ni grandes planes. Solo ese ratito para mí, para respirar profundo y sonreír en silencio.

A veces, los mejores brindis son los que hacemos a solas, cuando entendemos que también merecemos celebrar nuestras pequeñas batallas ganadas.

English Version

Here's the English translation of your text:

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This Saturday, there was no party, no guests, no celebration marked on the calendar… but there was wine. And that was enough for me.

Since the previous weekend, half a bottle had been waiting for me, tucked away. And although many would think wine loses its charm if not consumed right away, I think quite the opposite. I like to drink it slowly, without rush, as if each sip had to find its moment. Today, after an exhausting work week, with a thousand things on my mind but thankfully not on call —thank you, universe— I felt the occasion called for it.

So I poured myself a glass, settled into my favorite corner, and got ready to toast with myself. Not for anything grand, but for everything I’ve lived through, for what I’ve endured, for not losing my patience when everything seemed like chaos. For me.

And as if life had synced up with the moment, I happened to have some spicy chili and lime crackers on hand. I don’t know who thought of combining those flavors, but from here I want to thank them. Because with the wine… what a delight! That mix of soft and spicy, of the wine’s sweetness with that little tangy kick, was simply perfect.

They say wine —in moderation, of course— has heart benefits, improves circulation, and even helps you relax. And yes, I can vouch for the last one. Today, that glass tasted like rest, like a well-deserved pause, like a small reward after an intense week.

I didn’t need anything else. No music, no company, no big plans. Just that little moment for myself, to breathe deeply and smile in silence.

Sometimes, the best toasts are the ones we make alone, when we understand that we also deserve to celebrate our small victories.

Source
All the photos are taken and edited by me on Snapseed.
Translated with DeepL.com (free version)

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