Hoy se cumplen 10 días desde que comenzó aquel famoso virus del chikungunya que me tiró por completo. Ya pasé la fase aguda, gracias a Dios, y aunque todavía quedan esos molestos recordatorios que aparecen aquí y allá, yo ya no veía la hora de volver a trabajar.

Entre 20 días de vacaciones pasadas en casa y 9 días enferma, sentía que me iba a volver loca. Estar tanto tiempo encerrada no es descanso: es una prueba de paciencia, de humor y de salud mental.
Para mis próximas vacaciones, eso sí, ya tengo una decisión tomada: voy a planificar algo divertido. Playa, piscina, río… lo que sea, pero algo que me saque del encierro y me recuerde que la vida es una sola. Uno puede enfermarse de un día para otro, incluso desaparecer sin avisar.

Así que mejor disfrutar mientras se pueda.
El hospital hoy estaba tranquilo, ese tipo de tranquilidad rara en la que todo el mundo habla de lo mismo. El virus dejó secuelas distintas en cada uno: “a mí me duele aquí”, “a mí me dio esto”, “pues a mí no me pasó eso”… casi nadie se escapó. Y qué decir de los niños: pobres, han sido los más afectados.

Llegué temprano a casa y, después de convencer a mi mamá, me escapé al gimnasio. Se suponía que hoy debía trabajar al 50% del peso que normalmente uso… pero yo no sé ser débil. Y sí, lo reconozco: es un defecto también. Sé que lo que haga hoy puede pasarme factura después, pero mi cuerpo y mi mente pedían volver a sentirme fuerte.

Y lo mejor de todo: terminé todas mis rutinas con la misma fuerza de siempre. Como si mis músculos hubieran estado esperando este momento para despertarse.

A veces la vida te tumba, pero también te da la oportunidad de levantarte un poco más consciente, un poco más agradecida, y con ganas de seguir adelante, aunque sea con las rodillas un poco resentidas y el espíritu todavía desordenado.
Hoy simplemente vuelvo a ser yo. Y con eso, me basta.

English Version

Today marks 10 days since the chikungunya virus began and completely knocked me down. I have already passed the acute phase, thankfully, and although there are still some annoying reminders here and there, I could not wait to go back to work. Between 20 days of vacation spent at home and 9 days being sick, I felt like I was going crazy. Being stuck inside for so long is not rest; it is a test of patience, mood, and mental health.

For my next vacation, I have already made a decision: I am going to plan something fun. The beach, a pool, the river… anything that gets me out of the house and reminds me that life is only one. You can get sick from one day to the next, or even disappear without warning. So it is better to enjoy while we can.

The hospital felt calm today, the kind of strange calm where everyone talks about the same thing. The virus left different symptoms in each of us: “this hurts me,” “I got this,” “I didn’t get that.” Almost no one escaped it. And the children… they have been the most affected.

I got home early and, after convincing my mom, I went to the gym. Supposedly I was supposed to lift only 50 percent of the weight I normally use, but I don’t know how to be weak. I admit it: it is a flaw too. I know that whatever I do today could affect me later, but my body and mind were begging to feel strong again.

And the best part: I finished all my routines with the same strength as always. As if my muscles had been waiting for this moment to wake up.

Sometimes life knocks you down, but it also gives you the chance to get up feeling a little more aware, a little more grateful, and ready to keep going, even if your knees complain and your spirit is still a bit disorganized.
Today I feel like myself again. And for now, that is enough.

Source

The cover was made on Canva.

All the photos are taken and edited by me on Snapseed.

English is not my native language, I apologize if you find any mistakes in the translation.

Translated with DeepL.com (free version)

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