Ficción: "El caso de los niños dormidos" (Capítulo 1)

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El sobre y el detective

El detective privado Armando Rocha nunca imaginó lo que le esperaba en su escritorio aquella mañana de lunes. Al entrar a su despacho y ver el caos de cajas y papeles que reinaba por todos lados lo desanimó un poco. Deseaba secretamente que los fines de semanas fuesen más largos. Sin embargo, cada uno de esos papeles simbolizaba dinero, algo que necesitaba para pagar su costoso despacho… Un sucucho que más parecía un armario pero que, sin embargo, estaba ubicado en un edificio moderno en pleno centro.

El hombre dejó la taza de café que traía en el viejo escritorio de roble y fue entonces cuando lo vio. Un sobre descansaba sobre su superficie. Miró el objeto, sorprendido. Aquello no estaba allí cuando cerró su despacho la noche anterior, lo recordaba muy bien. Se sintió confundido y vulnerable. Fue hacia la ventana y miró hacia abajo, la calle estaba abarrotada de autos y taxis peleando por un lugar para pasar. La gente inconsciente del peligro cruzaba entre los vehículos sin detenerse. Nadie le pareció sospechoso y, no obstante, alguien había entrado a su despacho y dejado aquel sobre. Se sentó y con cierta reticencia lo tomó. De inmediato sonrió.

Comenzaba a comprender… La misteriosa carta provenía de un colega suyo, el detective Ugarte, que trabajaba para la policía provincial. No lo veía muy seguido, sin embargo cuando atinaba a aparecer en su vida lo hacía de una forma extravagante. Era su estilo. Como cuando apareció sin avisar en la fiesta de cumpleaños de su sobrina vestido de payaso, porque “quería pasar inadvertido” ya que allí se encontraba cierto “personaje” que deseaba vigilar. Todavía lo recordaba muy bien. Su hermana, que creía que ambos andaban metidos en algo raro, aun no lo perdonaba por ello.

Atrapado por su curiosidad, el detective abrió el sobre y leyó. Era un texto bastante corto, nada extraordinario. Ugarte solicitaba su ayuda en un caso muy complicado que no había podido resolver, el caso de los niños dormidos. No decía nada más, ni daba explicaciones sobre la investigación.

Rocha se sintió halagado a pesar de aquella intrusión. ¿Por qué su amigo no actuaría como las personas normales y le daba en mano el sobre, o al menos le llamaba? No tenía ganas de analizarlo, así que tomó el teléfono y le habló, concertando un encuentro para el día siguiente.

En la comisaría, que se hallaba inmersa en el más profundo y normal caos, le indicaron que esperara. Se sentó en una silla metálica y se dedicó a observar a la gente que pasaba. Un delincuente vociferaba su inocencia, mientras dos policías lo arrastraban hacia un cuarto. Detrás de ellos venía siguiéndolos una mujer llorosa, en apariencia familiar del hombre. Por otra puerta apareció una robusta secretaria llevando una pila de expedientes, que lo miró de reojo sin interés.

Poco tiempo transcurrió cuando vio aparecer a su colega. Lo miró al principio desconcertado, se dio cuenta de que hacía mucho tiempo que no lo veía. ¿Cinco años? Su cabello, que llevaba en aquella época atado en una coleta, ahora lucía corto y canoso. Se preguntó si él no estaría pensando lo mismo. Armando había perdido bastante del suyo durante aquellos años.

—Casi no te reconozco. —Fue el saludo del hombre.

Estrecharon la mano y luego se dirigieron hacia una habitación pulcra y amplia. Cuando entraron, el detective Ugarte cerró la puerta y el sonido de gente atareada se extinguió.

—Bueno, cuéntame qué ocurre.

—¿No tienes curiosidad por descubrir quién metió el sobre en tu oficina?

—No necesito saberlo… Prefiero no saberlo, pero la próxima vez, llámame.

El detective de la policía lanzó una sonora carcajada.

—Ahora cuéntame qué ocurre —repitió, devolviendo la seriedad a su amigo.

—Tenemos un caso complicado. La prensa lo llamó “El caso de los niños dormidos”… Claro que no estaban dormidos sino muertos. Asesinados.

Armando Rocha acomodó mejor la postura. Los casos en donde mataban niños siempre solían afectarlo de manera especial.

—Ya ha pasado casi un mes y no hemos avanzado en nada. Estamos igual que en el primer día. Ningún nuevo indicio… Nada —indicó el detective Ugarte, quejándose amargamente—. Hace dos días estaba tan frustrado que traté de hacer memoria y recordar si alguna vez había tenido un caso tan complicado y extraño como este. Entonces recordé el del cuarto oscuro.

—El caso de Felicia Ruarte. Lo recuerdo —asintió Rocha y añadió—. El pelo de gato en el abrigo… Sólo que la señorita Ruarte odiaba los gatos.

—Ese mismo. Nunca había estado tan confundido, las pruebas estaban allí, a plena vista… pero estaba ciego. Recordé que tu presencia fue de gran ayuda. Viste lo que nadie era capaz de ver. Entonces pensé en llamarte. ¿Quién mejor que el detective Rocha para descubrir lo oculto?

El hombre sonrió.

—Me halagas… En ese caso tuve suerte, lo sabes. Las circunstancias me ayudaron —replicó el detective, con humildad.

—Pensé que te gustaría el desafío…

—Sabes que siempre me gustan.

—¿Aceptas ayudarme? Sé que tienes mucho trabajo y... Armando Rocha lo interrumpió con un gesto de la mano.

—Nada urgente, ni importante… ¿Cuándo quieres comenzar?

—Ahora mismo si es posible... Ponte un abrigo, que el viaje es largo —le dijo su colega con una sonrisa—. En el auto te explicaré los detalles.

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Créditos: El autor de la obra que se muestra en las imágenes es Roby Dwi Antono, un artista contemporáneo indonesio conocido por sus pinturas surrealistas. La historia la creé yo hace un tiempo y es de un género policial, la voy a ir subiendo por capítulos. Es una novela corta.



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1 comments
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Hola @eugemaradona, acabo de leer tu primer capitulo quería saber como comenzaba, ahora esperare el tercero, tu narrativa hace que uno se transporte hacia ese momento . enhorabuena.

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