El rincón feliz del parque

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Hoy escapé. No de nada malo, sino de la rutina, los mensajes, el ruido. Caminé sin rumbo hasta llegar a este pequeño paraíso de árboles y sol. En cuanto pisé el césped, supe que había tomado la decisión correcta.

El cielo era de un azul brillante, de esos que parecen recién pintados, y los árboles... ¡qué espectáculo! Algunos aún estaban verdes, rebeldes, y otros ya se habían iluminado en tonos naranjas y dorados como si celebraran una fiesta de otoño. Me reí al pensar que el otoño era la estación más feliz de todas, aunque muchos digan lo contrario.

Me tumbé en el césped, cerré los ojos y sentí el calor del sol en la cara. Podía oír el crujir de las hojas, el canto de los pájaros, y de vez en cuando, una brisa acariciaba las ramas como invitándolas a bailar. No tenía nada que hacer, y eso me hacía sonreír aún más.

A lo lejos, vi el banco de piedra. «Ahora te toca», dije en voz baja, como si fuera un viejo amigo esperando su turno. Por ahora, el suelo me abrazaba con suavidad.

Fue un momento sencillo, sí, pero lleno de esos pequeños detalles que hacen que todo brille. Me prometí volver con una manta, una merienda y quizá un buen libro… aunque sé que acabaré olvidándolo otra vez, porque este lugar me habla, me llena y me hace feliz.



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