Una vez llené una planilla para optar por una capacitación que luego la llevaría a la práctica de forma voluntaria y continua. En la sección donde tenía que hablar de mi estado de salud, estaba la pregunta que les formulé al principio: ¿Cuántos días al año tienes que quedarte en casa por estar enfermo? Poco antes de ese momento, mi esposa y yo habíamos hablado algo sobre mi. Yo me enfermo muy poco, y habíamos concluido que en los últimos años apenas me había enfermado una vez al año, con síntomas significativos. En ese entonces, recordamos que el año anterior había enfermado sólo de Zica. Y en ése año había estado enfermo sólo un par de días con un cuadro viral. Ese fue el número que coloqué en la solicitud: dos días.

Gracias a Dios, esa tendencia se ha repetido en los años siguientes. Incluso durante la pandemia no he presentado síntomas de COVID-19, a pesar de que tardé en vacunarme contra ese virus. Durante esos meses difíciles, cuando no existía vacunas y surgían focos de contagios, me tocaba ayudar a otras personas, vecinos, amigos, que también enfermaban de eso. Ir a su casa, ir a los mercados, abastos y farmacias para comprarles alimentos, medicinas y cosas básicas. Admito que algunas veces fue muy difícil mantener una distancia prudente cuando el enfermo se paraba en la puerta con su tapaboca, con muy mal aspecto y algo débil, sólo para recibir lo que le llevaba y darme unas sinceras palabras de agradecimiento. Con todo, a veces no podía mantenerme así. Tenía que pasar, ayudarlo con algo en casa y hasta ponerle la mano en el hombro mientras le daba algunas palabras de ánimo. ¿Por qué tomaba esos riesgos? Primero, porque creo que quisiera que hicieran eso si yo estuviera en su lugar, y tal vez por creer que estaba en el equipo de los que tienen sistema inmunológico fuerte.

Sin embargo, la prueba más difícil estaba por venir. Mientras no estuve inmunizado, me tocó atender a mi esposa con COVID-19 durante varias semanas con una de sus peores versiones. Y allí estuvimos, con tapabocas bajo el mismo techo, compartiendo espacios, estando cerca durante varios momentos del día y "respirando el mismo aire". Ella logró recuperarse luego de algunas semanas. Y yo no presenté síntomas. Sólo tuve una carraspera en la garganta que los médicos tratantes se lo atribuyeron al uso permanente del tapabocas (ya que lo tenía puesto las 24 horas del día) durante más de un mes, estando sano. Eso me duró dos días, luego de aplicar la sugerencia de que saliera de la casa varias veces al día y respirara hondo sin el tapaboca puesto. Conclusión: o soy tremendo asintomático, o todavía soy leyenda. Incluso, mientras ella estaba enferma, me hice una prueba de COVID-19, y salió negativa.

Con todo, los médicos sugirieron que luego del alta médica que le dieron a ella, yo debía de cumplir el aislamiento de dos semanas. Ya tenía más de un mes que no iba al trabajo, y ahora debía esperar un par de semanas más. Estos días fueron para mi difíciles, y algo paranoicos. El hecho de seguir en cuarentena sin aún tener síntomas era difícil.

Durante esos días pensaba en el valor de la salud. Había dejado de hacer muchas cosas ahora que la salud en la familia se había debilitado. Agradezco mucho que conté con la ayuda de varias personas que abnegadamente destinaron de su tiempo, dinero, recursos y fuerzas para tendernos una mano. Pero también me tomó mi tiempo ponerme al día con todos los compromisos que no podían hacer los demás por mi. Ahora entendía mejor lo que una abuelita siempre me decía: "La salud es más importante que el dinero. Si no tenemos dinero, algo resolvemos. Pero si no tenemos salud, ¿qué tanto podemos resolver?"

Afortunadamente, no he tenido que pasar por estas duras pruebas para poder darme cuenta del valor de la salud. Desde hace ya varios años tenemos acostumbrado hacernos "mantenimiento" a nuestro cuerpo, tomando lo necesario para limpiarlo, depurarlo, y luego tomar algo para potenciarlo, como vitaminas y cosas por el estilo. Además, la rutina de ejercicio que trato de llevar de forma periódica me ayuda a mantenerme en forma.

Sin embargo, cuando me enfermo, parece que me gusta hacerlo a lo grande. Unas de las primeras cosas que recuerdo fue mi parálisis facial perimetral a los 15 años. ¿Quién se enferma de algo así a esa edad? Al cabo de unos pocos años, tuve fuertes dolores en las piernas, donde me diagnosticaron mala circulación y una serie de estudios que no me hice. ¿Por qué me dio eso a los pocos años de salir de la adolescencia? Con todo, algunos años logro terminarlos sin enfermarme en absoluto. Así sucedió el año pasado, donde no perdí ni un día en casa por estar enfermo. Pero éste 2022 no lo lograría, no señor.

Lamentablemente enfermé hace unos días atrás. Empezó con algo que no le presté atención, y pensé que había sido alguna otra cosa que me estaba pasando. Pero empeoró y se propagó. Empezó el dolor a incrementar, por lo cual acudí al médico de forma remota. Para atender la enfermedad tomé antibióticos, y mejoré rápido, a mi parecer. Aunque todas las fuentes en internet atribuyen la causa a un virus inactivo en el cuerpo que se activa en los adultos, un par de fuentes decían que el detonante son estados de estrés muy fuertes. De hecho, es lo que más me han dicho mis familiares y amigos. Pero un detalle que me llamó la atención es que a una de cada tres personas mayores de 55 años sufre de ésta enfermedad. ¡Pero a mi me faltan dos décadas para llegar a esa edad! ¿Qué pasó?

Esto ha vuelto a recordarme una de las cosas que debo seguir mejorando. Tardo en aceptar que estoy enfermo, tardo en aceptar que necesito descansar, tardo en aceptar que debo posponer algunas cosas menos importantes, tardo en aceptar que requiero ayuda de otros, y tardo en aceptar que tengo que cambiar de actitud al estar enfermo. Sin embargo, siempre he contado con personas que me recuerdan éstas cosas con bondad y cariño. Sólo luego de prestar atención a estas personas que se interesan por mi logro recobrar el equilibrio y mejorar mi actitud. Ya estoy casi recuperado de mi enfermedad. Y ya no tengo la actitud del principio, lo cual me ha permitido escribir estas líneas.

Conclusiones: Hay que seguir valorando la salud física, y haciendo lo posible por cuidar nuestro cuerpo lo mejor posible con lo que tengamos, no sólo evitando aquellas cosas que pueden perjudicarnos sino también haciendo lo que promoverá un fortalecimiento de la salud. También, el autoconocimiento en este asunto nos debe llevar a tomar buenas decisiones, ya que reconocer nuestras fortalezas y debilidades físicas hará que busquemos un equilibrio entre cuidarnos a nosotros mismos y a los demás, sin llegar a ser temerarios. Una dosis de realismo nos ayudará a reconocer que con cierta frecuencia enfermaremos, y hacemos bien en que le demos tiempo al cuerpo de que se recupere. Y mientras eso sucede, podemos hacer mucho por no complicar más el ambiente con los demás, ya es suficiente para ellos cuidar a un enfermo.